miércoles, 18 de noviembre de 2015

No sé qué es Siria

Te has ido.


Ilustración de Banksy
Hace ya una semana que cogiste aquel uniforme, cosido a valentía y tintes marrones, y te fuiste a presumir de lo bien que te queda, por ahí.  Nos prometiste medio mundo juntos y resulta que te da por conquistar países tú solito.

Te has ido a defendernos por nuestro bien, o eso dices. Defendernos de lo que hace mucho tiempo debería estar defendido. Defender valores de la única manera en la que no se defienden: creando guerras. Guerras que solo deberían existir para conseguir caricias. Intereses propios de cualquier humano que sepa querer. Ciudadanos de a pie, de a corazón y con cabeza. Tratados de piel.

Te has ido a diferenciar buenos y malos, terroristas y legalidad. Te has ido en el momento en el que lo único que tenías que diferenciar es si arroparme o no por las noches después del cuento en el que solo ganábamos nosotros, comíamos perdices y te decía que siempre he sido más de tarta de queso para celebrar victorias, pero tú ya lo sabías.

domingo, 25 de octubre de 2015

Hola.

Voy a ir y te voy a decir: -Hola.

Ilustración de Bansky
Mira que pude habérmelo preparado mucho mejor… Yo que sé… Un ramo de rosas, un chiste ingenioso o un saco de hielos para romperlos a trizas con predilección; pero no.

“Hola”. Tan banal y tan sencillo. Tan de bienvenidas sin darnos cuenta. Nadie que se despide dice “hola”. Y quién lo hace, o es gilipollas o tiene todo el derecho del mundo a verte de nuevo.

Estoy a un minuto. A un minuto de sentarme al lado de ti en ese banco en el que no sé que tú esperas el autobús y voy a esperar que, por una vez, sea a mí, a quien no se le escape el tren. Te voy a decir el ‘hola’ más rotundo jamás dicho y vamos a conocernos toda la vida.

No sé por qué, ni cómo. Ni si vamos a querer que sea así. Ni si, incluso, somos tan… como voy a creer que vamos a ser siempre. Sólo sé que te voy a decir “hola”.

domingo, 11 de octubre de 2015

Que me quiten lo bailao.

Cuando estés triste piensa que no nos pueden quitar lo bailao. Porque lo bailao ya se hizo y a mí nadie me puede quitar un recuerdo. Porque lo bailao es mío y hago lo que quiera con ello.

Pero si pudiesen quitarme lo bailao, que me lo quiten.

Que me lo quiten, ya.

Y ahora que me lo han quitado, agárrate que vienen curvas.

Te voy a bailar lo imbailable. Te voy a bailar el agua. Te voy a bailar los esquemas. Te voy a bailar el cerebro. Te voy a bailar lo que haga falta. Porque me hace falta bailar. Y, carajo, me haces falta.

Ya se puede poner cualquiera delante, que yo no estoy entrenado pero tengo ganas. Y si tengo ganas, bailo mejor. Bailo mejor que, incluso, la distancia, que me han dicho que gana muchos bailes y yo soy demasiado competitivo.

Ponte delante distancia. Ponte tiempo, ponte circunstancias, ponte kilómetros, ponte flamenca. Yo me pongo el querer. Y empecemos a bailar.

miércoles, 1 de abril de 2015

Érase una vez hace siempre

-Papá, ¿estás despierto?
-Héctor, hijo, estoy cansado… Hoy no.
-No puedo dormir, por favor. ¡La pendiente! Estoy preparado para crecer.

Mi pequeño… Quería hacerse mayor. Con solo 5 años estaba dispuesto. Y en la vida cuando se está dispuesto: se crece. Y creedme, los hay que mueren sin crecer.

Cada noche, antes de irse a la cama, a mi Héctor, le contaba una historia. Una historia llena siempre de dragones, de héroes anónimos,  de elefantes que cantaban y de, por hipócrita que parezca, sueños. Sueños que guardaban lecciones. Historias de ficción que cubrían historias reales. Recuerdos narrados y aprendices.

Ilustración de Paula Bonet
Y hoy era la noche. La noche en la que le contaba la historia que le situaría dispuesto.

-Papá, cuéntame la historia de “El hombre que quería enamorarse y no pudo”.

El único cuento que siempre aplazaba. El único que quería que no olvidase. Lo dejaba tardío para que madurase con él.
Y se la conté, vaya, que si se la conté…

-Ven aquí, anda. “Érase una vez…

Érase una vez hace siempre. La historia que nos callamos, por carecer de razón. El cuento de cómo si te quiero, no lo muestro. Y de cómo si muestro que te quiero, no quieres que te lo cuente.

No quiero decírtelo, no. Por miedo a que te enamores tú también, muriéndome porque así sea. Por miedo a que te vayas y no me pueda ir contigo. A que, en verdad, aceptes mis caricias y me las esté perdiendo. A sentirte cerca, y dejar de estar tan lejos.

lunes, 26 de enero de 2015

Un día de estos.

No dejo de repetirme que no, y no.  No quiero sentirte. No me ilusionas. No me inspiras. No. Nunca pensé lo contrario. Nunca quise cruzarnos. Nunca serás ella. No. Ni quise. Ni tan si quiera te quiero. Ni tan ni quiero quererte. No.

Eras no.

Pero, de repente…, sí.

Ilustración de Leonard Beard
De repente, me apeteció sentirte, ilusionarme, inspirarme. Sí. Pensar lo contrario, querer cruzarnos, hacerte ella. Sí. Quise. Y tanto. Sí.

Y me creé nuestros cuentos con moralejas felices, con o sin perdices. Lo único que me importaba comernos, en el final, era a besos.

No obstante, no era cuento, si tú no me escribías. Si no te narrabas, si no actuabas, si no aparecías, si no te emocionabas. Si no conocías que había este cuento.
Y fui tan valiente, que ni te lo leí. Me salté las páginas en la que tú descubrías que eras tú. Me suicidé por fascículos.

Hasta que me di cuenta que las historias, como el pasado, no se crean ni se destruyen, sólo: no desaparecen. Así que tuve que titularla. Ponerle nombre. Llamarla.

Y conscientemente la llené de ojalás.

-“Un día de estos”, buen nombre. Me dije.

jueves, 5 de junio de 2014

Oye,

Se nos rompió el amor de tanto hacerlo. 

Adiós, porque hasta luego: ya no. Y como te fuiste se fueron muchas más, y como viniste… No… Como viniste, no vino nadie.

Ilustración de
Leonard Beard
No hemos dejado tiempo ni para discutir un poco más qué nombre deberíamos poner a nuestra segunda hija, ni para decidir de qué color poner las cortinas del baño, ni a qué restaurante íbamos a ir esta noche, ni a quién de los dos le gustaba más esa sonrisa de cómplice cuando tú tenías la razón y yo me encabezonaba en quitártela a besos.

Qué lujo de detalles me he perdido y qué poco has tardado en decidir que no intentaría buscarlos. ¿Y tú qué sabes? Si a las primeras de cambio, te cambias, cambias y te vas, y seguro que para cambiarme a mí también.

Suena el teléfono y no eres tú. No me vas a llamar. Seguro que son de alguna compañía de teléfonos, ¡qué pesados! Tú nunca has sido de hablar a distancia, a ti te gustaba decírmelo a susurros y cuando estaba abierta la ventana, entraba el aire, y sólo podía mostrar toda la atención para enterarme de tus silencios. Hay incluso mudos que juran más cumplidos. Pero me daba igual, yo no cerraba la ventana, no quería perderme esa única obra de arte que yo nunca escribiré. Ponía a calentar palomitas y te miraba alucinado como un niño en la cabalgata de reyes.

Ya no vas a volver a las andadas, no has dejado ni tu cepillo de dientes. ¡Como si costase mucho olvidarte de algo simplemente con la excusa de intentar volver a verme y preguntarme cómo estoy o cómo me van las cosas! Prefieres no cruzarte por mi vida ni una vez más. Y lo entiendo. Aunque esta vez pensaba que era diferente. Pensaba que estarías dispuesta a aguantar mis pies fríos, mis estúpidos chistes de elefantes o mis labios heridos de besarte mientras duermes.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Relatos de un suicida de pasados - #1

Mirad como caigo desde el ático.

¡Wow! Parezco un maniquí en manos de dioses o un títere en manos de humanos. 
Sí, soy el alma de “lo que fui”, y lo que fui, ya no es nada.

¡Joder! Parece que no voy a llegar a estamparme nunca contra el suelo. Parece que no voy a deshacerme en tripas cuando roce el asfalto. Parece que sigo tan vivo como cuando de verdad sentía que lo estaba.

Pero no, esta vez no me han sucumbido mis fracasos, ¿¡qué cojones!? Esta vez he sido yo el que he querido desaparecer. Bueno, desaparecer, lo que se dice desaparecer… tampoco, porque a los operarios de limpieza les va a tocar una divertida noche para recogerme en piezas.