jueves, 5 de junio de 2014

Oye,

Se nos rompió el amor de tanto hacerlo. 

Adiós, porque hasta luego: ya no. Y como te fuiste se fueron muchas más, y como viniste… No… Como viniste, no vino nadie.

Ilustración de
Leonard Beard
No hemos dejado tiempo ni para discutir un poco más qué nombre deberíamos poner a nuestra segunda hija, ni para decidir de qué color poner las cortinas del baño, ni a qué restaurante íbamos a ir esta noche, ni a quién de los dos le gustaba más esa sonrisa de cómplice cuando tú tenías la razón y yo me encabezonaba en quitártela a besos.

Qué lujo de detalles me he perdido y qué poco has tardado en decidir que no intentaría buscarlos. ¿Y tú qué sabes? Si a las primeras de cambio, te cambias, cambias y te vas, y seguro que para cambiarme a mí también.

Suena el teléfono y no eres tú. No me vas a llamar. Seguro que son de alguna compañía de teléfonos, ¡qué pesados! Tú nunca has sido de hablar a distancia, a ti te gustaba decírmelo a susurros y cuando estaba abierta la ventana, entraba el aire, y sólo podía mostrar toda la atención para enterarme de tus silencios. Hay incluso mudos que juran más cumplidos. Pero me daba igual, yo no cerraba la ventana, no quería perderme esa única obra de arte que yo nunca escribiré. Ponía a calentar palomitas y te miraba alucinado como un niño en la cabalgata de reyes.

Ya no vas a volver a las andadas, no has dejado ni tu cepillo de dientes. ¡Como si costase mucho olvidarte de algo simplemente con la excusa de intentar volver a verme y preguntarme cómo estoy o cómo me van las cosas! Prefieres no cruzarte por mi vida ni una vez más. Y lo entiendo. Aunque esta vez pensaba que era diferente. Pensaba que estarías dispuesta a aguantar mis pies fríos, mis estúpidos chistes de elefantes o mis labios heridos de besarte mientras duermes.


No fue así. Te fuiste y me dejaste con ganas de más. Sin ases en la manga y sin ratones coloraos en las postillas. Me quedé sin inviernos, sin mantas y sin tus carcajadas presuntuosas.
Te tuviste que ir, y me dejaste vacío y con todo. No fue culpa tuya, eso lo sabemos. Seguiré con la ventana abierta, por si algún viento me trae recuerdos tuyos, porque los “te quiero” ya los pongo yo.

(Se abre la puerta y entra una pequeña rubia de ojos azules, con dos coletas y con los ojos humedecidos)

-Papá, no puedo dormir.

-¿Qué te ocurre, amor?

-He soñado con mamá.

-¿Y qué te decía, cariño?

-Que siga creciendo, que desde el cielo, ella está muy orgullosa de mí.

-Lo estamos, cariño, lo estamos.

(La acerca hasta su cama, la abraza, la besa en la frente y al instante ella se duerme con una sonrisa en la boca).


Elías Denche.

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