-Papá, ¿estás despierto?
-Héctor, hijo, estoy cansado… Hoy no.
-No puedo dormir, por favor. ¡La pendiente!
Estoy preparado para crecer.
Mi pequeño… Quería hacerse mayor.
Con solo 5 años estaba dispuesto. Y en la vida cuando se está dispuesto: se
crece. Y creedme, los hay que mueren sin crecer.
Cada noche, antes de irse a la
cama, a mi Héctor, le contaba una historia. Una historia llena siempre de
dragones, de héroes anónimos, de
elefantes que cantaban y de, por hipócrita que parezca, sueños. Sueños que guardaban
lecciones. Historias de ficción que cubrían historias reales. Recuerdos
narrados y aprendices.
![]() |
Ilustración de Paula Bonet |
Y hoy era la noche. La noche en
la que le contaba la historia que le situaría dispuesto.
-Papá, cuéntame la historia de “El hombre que
quería enamorarse y no pudo”.
El único cuento que siempre
aplazaba. El único que quería que no olvidase. Lo dejaba tardío para que
madurase con él.
Y se la conté, vaya, que si se
la conté…
-Ven aquí, anda. “Érase una vez…
Érase una vez hace siempre. La
historia que nos callamos, por carecer de razón. El cuento de cómo si te
quiero, no lo muestro. Y de cómo si muestro que te quiero, no quieres que te lo
cuente.
No quiero decírtelo, no. Por
miedo a que te enamores tú también, muriéndome porque así sea. Por miedo a que
te vayas y no me pueda ir contigo. A que, en verdad, aceptes mis caricias y me
las esté perdiendo. A sentirte cerca, y dejar de estar tan lejos.